Vi un pecho subir y bajar, al ritmo de un par de manos que intentaban revivir su corazón.
Ocurrio en un segundo mientras manejaba.
Una ambulancia mal estacionada me llevo a voltear.
Cerca, unos ojos como los míos presenciaban la escena.
Y me cayó de golpe.
Alguien moría mientras la vida seguía para los demás.
En un segundo.
En estas últimas semanas hay a mi alrededor varios conocidos en dolor profundo por la pérdida de un ser querido.
Un hijo, un hermano, un esposo, un padre.
Y el dolor es el mismo, intenso.
Y aún así, está claro que la muerte nos recuerda que la vida es un viaje impermanente y fugaz.
Las historias de muerte y el dolor de las pérdidas nos invitan a anclarnos más a la vida y a vivirla con intensidad.
A vivir honrando a los que se han ido, todos los días y en cada una de nuestras acciones.
Me quedo en oración por ese corazón que vi dejar de latir y por las personas que duelen la partida de algún ser querido.